Los escandallos.
Siempre me viene a la mente aquella historia de quien se
entera de que ha arribado a puerto un barco de arroz, lo compra, y después de
dos horas lo vende por el doble de precio sin ni siquiera haberlo visto. Hay
que tener capacidad para hacer eso, claro que sí. Pero la gastronomía debe ir
siempre más allá. Debemos ser más justos a la hora de ponerle precio a las
cosas. Y es que hay negocios que ganan y ganan y vuelven a ganar sin demasiado
mérito porque caen en gracia. Hay otros que sufren y sufren y vuelven a sufrir
porque hay factores ajenos que lo eternizan. Algunos viven como aburguesados
comodones y ganan plácidamente sin
complicaciones, y otros tienen que reinventarse y se las desean para subsistir.
A veces no sabemos valorar el trabajo y mérito que tiene un negocio y
sobrevaloramos injustamente a otro.
Los escandallos, señores, los escandallos. Una cosa que
cuesta tres y no tiene riesgo alguno de
manipulación o merma, no la puedes volcar en un plato y cobrarla a diez
sin hacer nada más.
Había un bar en Sevilla que se hizo rico vendiendo bacalao salado,
cacahuetes y cerveza Cruzcampo. Jamás se complicó la vida, ni metió cosas
nuevas en la carta, ni asumió riesgo alguno ni se preocupó en innovar o
renovarse. La mugre, el letrero oxidado, la dejadez, las telarañas y sus viejas
baldosas... le daban autenticidad (nefasto concepto que legitima la suciedad y
la dejadez). Ese concepto ruinoso que sabemos explotar para darle la vuelta. Y
la gente lo llenaba sin más. El de al lado invirtió en decoración, no dejó un
trámite por cumplir, ponía tapitas elaboradas y ricas, cambiaba la carta con
asiduidad, pero tuvo que cerrar... cumplía todas las normas higiénico
sanitarias y tenía dado de alta a todo el personal. En la misma acera había un
local que daba asco entrar pero siempre estaba lleno, y otro muy trabajado que
nadie valoró.
Este es mi razonamiento: claro que se puede adquirir una
materia prima a tres y, tras una manipulación, venderla a diez. Llevamos toda la vida
engañados con los márgenes de beneficio. Hay quien con gran mérito hace un
arroz por 10€ y le gana otros 60 limpios sacando tapitas. Hay quien compra una
lata de un ahumado a 1'50€ y sin hacer apenas nada la vende con un adorno de
verduras y unas rebanaditas de pan en un plato grande a 10.
Eso se hace cuando, por ejemplo, para ofrecer un simple estofado
de carne necesitamos una cocina con su equipamiento (fuego, campana,
ollas...etc.), un cocinero, sus conocimientos, un género perecedero, verduras,
una despensa, vino, hierbas aromáticas y especias, gastos de gas o
electricidad, utensilios, limpieza posterior del menaje, recipientes para la conservación,
frío, congelación...etc. Este guiso podría
salir malo, estropearse, quemarse, fermentar, resultar imperfecto por
cualquier error humano o no venderse en su tiempo justo y tener que tirarlo.
Son muchos factores los que intervienen para que se produzca el resultado
final. Entonces, por la confluencia de riesgos, trabajo, méritos y factores
varios, sí que está justificado triplicar. Me refiero a gravar un conjunto de
materias primas que necesitamos para sacar un producto hasta llegar al triple
de su valor económico. Más IVA.
Pero poner una anchoa
sobre un pan, disponer una cuña de queso en un plato, abrir y volcar una lata
en un cuenco, servir un plato de aceitunas o altramuces... no tiene el mérito suficiente
para que alguien se lucre gravándolo de esa manera. La gente quiere cosas que
no las tiene normalmente en casa. Pasa mucho también de forma parecida con los
congelados y precocinados.
El otro día, con prisas, pedimos en la calle Molares una
tapita rápida para acompañar a la cerveza... algo que no nos quitara el hambre.
¿Tiene usted anchoas, señora? ¿Son de esas gordas? La respuesta fue que ella
las compraba como tal. ¿Cómo las quieren, con pan o queso fresco? Ponga dos
para cada uno con queso contesté por aquello de agradar a mi invitado y que el
pan vendría al lado. Bueno, pues nos pusieron cuatro anchoítas de esas de la
lata chiquitina del súper (lo que menos se despacha) pinchadas con un palillo
sobre un cuadradito de queso fresco. Sin pan. A los 30 segundos de habernos
puesto tan ridícula porción me cobraron 6€.
A lo que voy... no todo vale. Ella dirá que una tapa en su
bar vale 2€ y yo le recordaré que la ridiculez por la que ella ha pagado 60
ctms, la ha volcado en un plato y me ha cobrado 4€, sin más. Ni siquiera fue
atenta, más bien desagradable sin querer dar ningún tipo de explicación después
del engaño. Si hubiera ido solo, hubiera insistido para que me prestaran atención
y justificaran semejante atropello.
Una tasquita, bodeguita, abacería, delicatessen puede
ofrecer maravillas pero no cuesta mantenerla lo mismo que un restaurante o bar
de tapas. Y es que con una tabla de corte, un cortafiambres, un tostador, un
microondas, y poco mas, podemos cortar, tostar o calentar algo que nos trajimos
y luego lo ponemos encima de un plato con un poco de pan o alguna decoración.
Tampoco se necesita personal cualificado. La diferencia en la inversión que
debe realizar quien te ofrece guisos y quien pone tapitas frías es enorme y los
trámites, requisitos legales, licencias, inspecciones y demás trabas
administrativas no tienen comparación alguna.
El beneficio que se lleva un clandestino que coge 40 docenas
de higos de una chumbera y los vende en la calle durante una mañana es más que
escandaloso. Y nos parecen baratos los higos. El cocinero que hace seis o siete
guisos para el fin de semana, mira al cielo como el agricultor que sabe que si
llueve y no llena la terraza se le jode la cosecha. Con las latas, conservas y
chacinas no existe ese riesgo.
Toda esta amalgama de ejemplos viene a cuento de que a veces
somos injustos con algunos establecimientos que se lo curran y benévolos con
otros que apenas arriesgan.
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