Alfonso Basallo.-
En Andalucía hemos
visto la kafkiana metamorfosis del liberado sindical en señorito.
Las uniones
sindicales nacieron en la Inglaterra de la Revolución Industrial, en 1824, para
defender a los trabajadores. Nada que ver con la UGT y CC OO de 2013 que se
lucran gracias a los trabajadores, se llevan un pico por cada ERE e invierten
en fondos para los ricos. Resulta inevitable pensar que tienen un serio
problema de identidad, de trastorno bipolar. ¿De qué lado están?, se pregunta
uno cada vez que les ve medrar, a costa de sus teóricos defendidos.
Se mire por donde
se mire, el reino de UGT y Comisiones no es de este siglo. Recapitulemos. Uno,
no son representativos (tienen un nivel de afiliación inferior al 10%); dos,
han perdido la dignidad al estar unidos a los Gobiernos y a la Administración
por el cordón umbilical de las subvenciones; tres, carecen de autoridad al
ocultar el número de su nada famélica legión de liberados; y de decencia al
haber guardado silencio ante Gobiernos amigos como el de Zapatero que destruyó
la bonita cifra de cinco millones de puestos de trabajo (lo que hemos visto en
los dos últimos años bajo el mandato de Rajoy es tremendo, sí, pero se trata de
la onda expansiva de aquel tsunami). Y cuatro, Toxo y Méndez han perdido la más
mínima credibilidad para entonar la milonga de los descamisados.
Si Gonzalo Fernández
de la Mora hablaba en los años 60 del crepúsculo de las ideologías, como un
Fukuyama tecnócrata, jugando al fin de la historia; habría que hablar en el
nuevo siglo de otro crepúsculo, el de los compañeros del metal y la famélica
legión. Y no porque no haya materia prima, ni mercado (la crisis arroja
toneladas de desheredados a las playas de la desesperación), sino porque lo que
no hay es defensores del trabajador.
En Andalucía hemos
visto la kafkiana metamorfosis, del liberado sindical en señorito, de suerte
que se invierten los términos del relato histórico de la Bética: son ahora los
sindicalistas los que roban a los pobres para dárselo a los ricos, como un José
María, el Tempranillo pero al revés. La responsabilidad de UGT y CC OO en la
trama de los ERE, que está siendo investigada por la justicia, el desvío de
subvenciones oficiales para los sueldos de las centrales, el gasto en
mariscadas y las facturas falsas son otros tantos hitos de ese suicidio moral y
ritual al que parecen haberse entregado los sindicatos de clase.
No es la única
manera de anudarse la soga al cuello Los cruceros de lujo, o las huelgas
generales con escaso auditorio –como aquellas que organizaban en tiempos de
Zapatero– son otras tantas variantes de suicidio, sobre todo cuando unas
organizaciones espectrales se empeñan en desempolvar una retórica con aromas de
1917.
UGT y Comisiones
Obreras pretenden justificar su impostada existencia, pero han perdido el norte
y el concierto. Si la función crea al órgano, los compañeros del metal se han
quedado sin órgano, aunque a nosotros nos siga costando un riñón.
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