EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
El Tribunal Constitucional de España acredita una trayectoria sin parangón
en derecho comparado, jalonada de estropicios a cual más dañino para la nación
y la libertad de sus ciudadanos. No ha habido enjuague de la clase política que
el Tecé no haya sancionado con el incienso inapelable de sus dictámenes... su última tarascada a las libertades civiles ha sido la
legalización de una de las franquicias de la ETA enmendando la plana al Supremo
para que la mezquindad fuera completa.
Todo comenzó con la expropiación de Rumasa por los socialistas, recién
llegados al poder, cuyo expolio hubo de ser validado después de varias
prórrogas y muchas discusiones con el voto de calidad de su presidente, objeto
de una presión política y mediática sin precedentes. García Pelayo, magistrado
ejemplar hasta ese momento, dimitió al año siguiente y se exilió a Venezuela
donde murió unos pocos años después. Un par de años después, y ante el serio
aviso de que una alta magistratura pudiera oponerse a los dictados de González,
el PSOE dejó en manos de Alfonso Guerra la ejecución pública de Montesquieu con
una Ley Orgánica del Poder Judicial que consagró oficialmente el fielato
político de los nombramientos judiciales.
Con Aznar en el gobierno, el Tecé consideró inaceptable que una ley
liberalizara el uso del suelo acabando de paso con el principal foco de
corrupción institucional, así que decidió anular la mayor parte de la norma
para que ayuntamientos y comunidades autónomas, estas últimas impulsoras del
recurso de constitucionalidad, pudieran seguir manteniendo esa fuente de
ingresos irregulares que tanto bien ha hecho a la imagen pública de la casta.
Con esta hoja de servicios en contra de la patria, la petición de la
presidenta madrileña de convertir el Tecé en una sala más del Supremo resulta
muy pertinente. Ya que tenemos que contar con un tribunal de estas
características, situémoslo en la escala judicial allí donde sus daños puedan
ser controlados. Rodeados sus miembros por verdaderos jueces y magistrados del
Supremo igual les da por actuar como tales, en lugar de seguir siendo los
palanganeros de la casta política más desvergonzada que hemos padecido
probablemente en varios siglos. Por pedir que no quede.
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