Pablo Planas.-
Si en Cataluña no se declara la independencia el próximo año será porque a Mas y Junqueras les
tiemblen las piernas en el último momento, porque no tengan ni la
ambición de la que presumen ni la fe que manifiestan o porque finalmente
el negocio, en puridad contable, no les salga a cuenta. Los
nacionalistas han impuesto su lenguaje, su retórica, sus símbolos, mitos
y leyendas. La historia les pertenece, han sabido y les han dejado
deformarla a su conveniencia y estrategia. Por muy abrupta, pedestre y
cuaternaria que resulte la composición derecho a decidir, la
demagogia de la democracia en bruto funciona como banderín de enganche
entre un electorado que tiene dos opciones: la independencia o la nada,
porque nada se opone a los argumentos nacionalistas.
España no
existe en Cataluña, más allá de las caricaturas de Wert, Rajoy y
Rubalcaba. España ha desaparecido del mapa catalán como Estado, como
Nación y como razón. España es una broma en TV3, la
suma de las cacerías del Rey y los manejos de Bárcenas. Sí, los
políticos catalanes deberían ser de los últimos en utilizar la
corrupción y la podredumbre institucional como arma política, pero la
incomparecencia absoluta del oponente político les confiere una
impunidad mayor aún que la del desfallecido brazo de la justicia.
Ni Mas ni Junqueras son precisamente hombres excepcionales.
Más bien se trata de tipos burocráticos, opacos, de recorrido corto y
usos rudimentarios. Sin embargo, han conseguido condicionar por completo
la política española hasta el punto de desviar la atención sobre
urgencias como el paro, los desahucios, el colapso de las
administraciones y el derrumbe de la enseñanza, la sanidad y las
coberturas sociales. Sin oposición de ninguna clase, Mas pasa por encima
de los recortes, los impagos y los parados sin que se le altere el
gesto de estadista en ciernes. Dispone, por lo demás, de las
transfusiones de liquidez del Estado, de una red clientelar que organiza
las grandes exhibiciones independentistas y de unas delegaciones en
Cataluña de PP y PSOE que están supeditadas a la lógica de Génova los
primeros y del nacionalismo los segundos, en vez de a los intereses de
los catalanes que aún les votan. Hay quien vislumbra una posibilidad en
el empuje de Ciutadans. Pudiera ser. El partido de Rivera es ahora lo
que era ERC hace más o menos dos décadas. La diferencia es que ERC
disponía entonces de una idea de país y que Ciutadans, si tiene una
idea, carece de país que la respalde.
Ahora, a buenas horas, el PP anuncia una convención nacional
a finales de enero en Barcelona. El mismo Rajoy presidirá el cónclave,
cuya finalidad será desarrollar una estrategia para convencer a los
catalanes de las ventajas de permanecer unidos a España. ¿Pero no eran
el silencio y el caso omiso las mejores maneras de frenar el
independentismo? También ahora el canciller Margallo remite un manual de instrucciones a sus embajadores para que expliquen por el ancho mundo que Cataluña es España.
Entre patidifusos y turulatos se han quedado Mas, la monja
Forcades y el chaval de la chancla ante tamaño despliegue. Tiene
perendengues, por no decir cojones, que haya que explicarle a un
embajador qué es lo que hay que decir sobre la españolidad de Cataluña, y
es precisamente por este tipo de cosas por las que Cataluña será
independiente cuando quiera y de la forma que quiera. Otra cosa es que
en el momento decisivo a los separatistas no les venga de gusto, como se
dice por Barcelona.
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