REALIDAD Y PLACER
Hay que buscar una
síntesis entre el puritanismo de Berlín y la fiesta de París.
Es conocido que el padre del psicoanálisis oponía el
principio de realidad al principio del placer. Aunque nuestra tendencia natural
es levantarnos tarde, comer lo que nos apetezca, beber hasta embriagarnos y
gozar de cuerpos bien torneados hasta la extenuación, una existencia de este
tipo no nos conduce precisamente a la productividad, al conocimiento y al
progreso.
Por tanto, hemos aprendido, en contra de nuestros
instintos, a valernos de la razón, y madrugamos, estudiamos, trabajamos y
ahorramos en pos de metas materiales y espirituales que nos eleven sobre el
plano de la caza, recolección y fornicación. El políticamente extinto ZP era un
decidido partidario del principio de placer. Pasar de curso sin dar golpe,
faltar a las citas internacionales si uno está cansado, dar a los terroristas
lo que quieran para que no nos maten, pagar a los secuestradores para que nos
devuelvan los rehenes, ceder a las pretensiones nacionalistas para ser
simpático, gastar sin freno para que la gente nos quiera y nos vote, suprimir
vidas en su inicio y en su final si nos estorban y, en general, multiplicar los
derechos y eliminar los deberes.
Este planteamiento disparatado duró nada menos que
siete años apoyado en su arranque en las burbujas inmobiliaria y financiera y
en las arcas rebosantes que había dejado el Gobierno anterior, hasta que, como
era de esperar, nos precipitó a la ruina. La verdad es que la inmersión en un
mundo imaginario de fantasías hedonistas resulta muy atrayente porque el
autoengaño evita muchas preocupaciones. Así, las crisis económicas no nos
afectan, las reformas estructurales pueden esperar, el Estado de las autonomías
es un éxito y los créditos blandos de la Eurozona a los bancos insolventes no
son un rescate. El problema es que el principio de realidad es implacable y en
último término siempre derrota al principio del placer.
En la Europa de hoy, aquejada de falta de
competitividad y prisionera de su sistema de bienestar, el principio de
realidad lo encarna Angela Merkel y el principio del placer, François Hollande.
Por supuesto, se puede intentar la búsqueda de una síntesis soportable entre la
severidad puritana de Berlín y la fiesta trepidante de París, pero parece que
no están los tiempos para demasiadas componendas que nos ahorren esfuerzo y
sacrificio. En España también nos debatimos entre la dulce molicie y la dura
obligación, representadas muy dignamente en el seno del Partido Popular por
Pedro Arriola y Esperanza Aguirre respectivamente y por Carme Chacón y no se
sabe todavía quién en las huestes socialistas, pero, por desgracia, ha llegado
el momento de elegir y se trata de una decisión que no admite demora.
ALEJO VIDAL-CUADRAS
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