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miércoles, 26 de junio de 2013

EL HOMBRE QUE ESCRIBE MEJOR QUE HABLA





LA CORRUPCIÓN VISTA POR IGNACIO CAMACHO



Fernando Santiago Muñoz | 19 de febrero de 2013



Todo este carnaval de venalidad es la secuela tardía de un tiempo en que medio país se creía impune, invencible, eterno.




TODA esta orgía de venalidad que hoy nos escandaliza, todo este obsceno descalzaperros de corrupción y abusos que representa la cara amarga del fracaso español, no es más que la secuela tardía de un tiempo en que casi todo el mundo se creía impune, invencible, eterno. Aquellos años rutilantes de burbujas de champán caro y crédito fácil, cuando el dinero se desparramaba por un país tan de nuevos ricos que cualquiera podía considerarse uno de ellos con sólo pagar la primera letra de un chalet o de un todoterreno. Aquel tiempo en que los virreyes territoriales dilapidaban los millones en fastos sociales y deportivos, en que los alcaldes viajaban con pequeñas cortes de pelotas y asesores, en que Aznar se sentía un Napoleón ebrio de gloria histórica y Zapatero le mostraba a Muñoz Molina —lo cuenta en un escalofriante pasaje de su último libro— su sillón presidencial con un paleto y orgulloso vértigo de poder. Fue entonces, en esa etapa de irresponsable esplendor y encumbramiento palurdo, cuando los Bárcenas y los Correas amasaron fortunas hurtando pellizcos a constructores favorecidos, cuando los Urdangarines pegaron sablazos a solícitos monterillas autonómicos de manos blandas, cuando los Guerreros trucaron EREs y estamparon en ellos a montones de intrusos con el gesto cesáreo de quien reparte un maná, cuando los emergentes magnates del ladrillo se llevaron a Suiza o a Panamá el dinero recién acumulado en fulgurantes negocios de plusvalías inmediatas. La época de perros atados con longanizas en que muchos jóvenes dejaron los estudios para trabajar en bien pagados empleos sin cualificar que les permitían comprarse motos de gran cilindrada con las que ronear en las discotecas de una prosperidad sobrevenida a la que nadie le veía desenlace porque todo el país parecía vivir en un presente perpetuo, sin principio ni fin, cuando de veras lo que no tenía, aunque no lo queríamos saber, era futuro.



Todo eso se desplomó tan de golpe y en tan poco tiempo que la cuenta de la fiesta se quedó sin pagar a la espera de que alguien se hiciese cargo. Y ha tenido que ser la clase media la que afronte a su pesar la factura en forma de un doloroso empobrecimiento acelerado y de una quiebra del Estado social. Por eso irritan tanto a la opinión pública las evidencias de toda aquella desmesura disipada que afloran como la recidiva de una dolencia mal curada en medio de los escombros del bienestar. Porque tal vez no hubiese inocentes al margen del frenético jolgorio consumista; tal vez nadie fue obligado a pedir bajo amenaza préstamos que no podía pagar; tal vez todos gastamos con alegría desmedida sin plantearnos que algún día había de pararse el carrusel del dispendio; tal vez mucha gente vivió entonces por encima de sus propias posibilidades, sí, pero hubo quien vivió, y demasiado bien, por encima y a costa de las posibilidades de los demás.

ME GUSTA ESTE TIO MAS ESCRIBIENDO QUE HABLANDO.

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